Mar Urbe, la ficción del encuadre

Detrás de ese gran visor de buceo, dos expresivos y jóvenes ojos fijan su vista al lado izquierdo para saludar a alguien fuera de cuadro. Estática, su sonrisa se curva hacia arriba sin rastro alguno de edad a las orillas de su boca, soltando casi una risita coqueta entre sus impecables dientes que parecieran hechos de resina blanca. Se alcanza a ver en la parte superior de su cuerpo femenino que trae puesto un traje de baño vacacional de florecitas en contraste con su lisa piel.

Sus flacos brazos estarían moldeados a la perfección si no fuese por las rupturas que conectan estos dos pedazos de plástico a su torso. Finalmente —viendo la imagen en blanco y negro en su totalidad— la mujer maniquí trabaja dentro de una tienda, sola, parada atrás de una ventana que refleja los edificios, letreros y árboles de una concurrida metrópolis. Jorge Lépez Vela crea tres distintas ficciones a través de esta fotografía: el cuerpo plástico que no va a bucear a pesar de su atuendo, los reflejos en la ventana que no son más que reflejos y la yuxtaposición de estos dos escenarios poéticos dentro de una tercera ficción: el encuadre.

Los demás personajes que aparecen en la serie fotográfica Mar Urbe, del mismo artista, tienen mucho en común con nuestra protagonista. La ciudad se divide en fragmentos que muestran de manera cómica animales y referencias acuáticas casi siempre pintadas sobre paredes como caricaturas, colgadas como adornos en restaurantes o en esculturas de plástico que pertenecen a parques acuáticos. Los sujetos de estas imágenes aparecen solos, consumiendo alimentos y bebidas o en otras ocasiones divirtiéndose dentro de piscinas y toboganes como clientes de estos espacios recreativos. A diferencia de la introspección y profundidad que el aislamiento del océano puede representar en nuestra cultura, la mujer maniquí y los personajes de Mar Urbe se relacionan porque forman parte de un sistema económico que los encuadra, abstrae, reduce y convierte en productos o consumidores.



Seguro quien compre el traje de baño de “Lady Maniquí” no estará consciente de que fue fabricado por unas delicadas e infantiles manos que, en una línea de producción tipo Henry Ford, trabajaron en distintas áreas del fino atuendo sin verlo en su totalidad. La prenda queda alejada de sus orígenes como el atún enlatado o el agua embotellada. Más allá del encuadre como elemento formal en el tema de la estética, se puede pensar ahora como un concepto que fracciona y separa la realidad en abstracciones. De esta manera, Lépez Vela utiliza el mismo lenguaje que critica para enmarcar un océano ilusorio.

Parece ser (vaya la redundancia) que lo que tenemos en cada foto de esta serie es un encuadre del encuadre. Por un lado, existe la apariencia de producto final, que en realidad es un segmento del vasto proceso mercantil, y por el otro, la apariencia de océano, que en realidad es un segmento de la extensa ciudad.



La magia sucede cuando el montaje nos invita a encontrar conexiones entre estas dos ideas abstractas a partir de la experiencia estética. El aislamiento de un tiburón que habita las más profundas entrañas del mar se traduce a la soledad de aquellos trabajadores que empaquetaron galletas Gamesa. La libertad de aquellos pececillos alegres pintados sobre una pared se traduce a la falta de libertad de aquellos otros pescados atados sobre un diablito de carga. La permanencia del pez espada que adorna la pared junto al reloj se traduce al tiempo transcurrido por un hombre que se toma su cerveza en una mesa vacía.

Mientras tanto, la mujer maniquí contempla su existencia detrás la ventana donde ve gente pasar apurada. Se pregunta dónde iría ella si pudiera moverse y no tuviera que permanecer sus días plantada en el mismo lugar, modelando trajes de baño. Piensa reflexivamente en la paz y tranquilidad que el océano podría ofrecerle si fuera a bucear, pero en realidad sus antes expresivos ojos ahora esconden pensamientos perversos acerca del aislamiento, la libertad y el transcurso del tiempo. Se cuestiona si es posible que diferentes partes de su cuerpo tengan diferentes pensamientos ya que fueron fabricados en distintas partes del mundo y luego adheridos dentro de una fábrica, ¡sería increíble! Sin embargo, permanece así, parada, con la misma expresión, congelada en el encuadre de Lépez Vela con sus brazos flacos, su torso, su blanca sonrisa que pareciera hecha de resina, sus dos expresivos y jóvenes ojos detrás del gran visor, y, por fin, su cabeza que no es más que un pedazo de plástico.


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